Sembrando esperanza

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Como cualquier otra tarde, Pepi cogió su bicicleta y se fue al campo a pasar la tarde con su padre. Le encantaba estar rodeada de viñas y ver como éste realizaba sus labores diarias. Al caer el sol, ambos volvían a casa, donde el resto de la familia los esperaba para dar fin a otro largo día.

Aquella mañana, el despertador sonó bien temprano. La noche había pasado volando, sin apenas darse cuenta. El reloj marcaba más de media noche cuando lo miró por última vez, y es que, su pasión por la lectura, hacía que sus noches fueran más cortas de lo habitual, aunque eso no importaba ya que las miles de historias que escondían los libros que guardaba bajo su cama merecían mucho más la pena que unas horas de sueño.

Unos vaqueros, una camiseta, su coleta baja y una sonrisa eran sus armas para afrontar un nuevo día. Su jornada daba comienzo en el instituto. Rodeada de sus compañeras y compañeros, pasaba la mañana cogiendo apuntes y dando lo mejor de sí misma; era buenísima estudiante. Tras sonar la campana, recogía sus libros con entusiasmo y se marchaba a casa. El olor a comida invadía toda la calle. Un potaje de lentejas le esperaba para reponer fuerzas. No habían dado las cuatro de la tarde cuando Pepi preparaba su clarinete y se disponía a salir. Como buena apasionada de la música, con solo 10 años ya formaba parte de la Banda de Música de su pueblo.  Además del clarinete, también sabía tocar el violín.

Pero esto no era suficiente para ella. Entre sus estudios y la música, tenía un hueco para impartir clases de catequesis en la parroquia de su pueblo y, además, pertenecía al grupo Manos Unidas.

Así eran los días para esta mujer luchadora y soñadora, la cual entre amigos y familia desconectaba de todo lo que a su alrededor iba pasando.

Una tarde, cuando se disponía a dar su particular clase de catequesis, Eugenio, párroco de la iglesia, le habla sobre la Asociación “Nuevos Caminos”,  lo cual marcaría un antes y un después en su vida.

 Pepi ha descubierto su verdadera vocación: ayudar a los demás.

Las cosas no son fáciles. Ella tiene sus ideas claras, pero no sabe cómo explicar a su familia que su felicidad está a miles de kilómetros de su casa.

El tiempo pasa y ella solo quiere gritar a los cuatro vientos lo que verdaderamente la hace feliz; pero no se atreve y decide escribir una carta en la cual deja dicho que va a estudiar una carrera pero que lo que de verdad le importa y la hace feliz es marcharse a África a prestar su ayuda a personas necesitadas.

Amanece un nuevo día, y tal y como había imaginado, su madre es la primera en leer la carta, quien, inmediatamente, comunica al resto de la familia las intenciones de su hija. En principio no hay de qué preocuparse, no creen en ningún momento que esto vaya a suceder.

Pepi, como bien había plasmado en su carta, comienza sus estudios de ATS, eso sí, sin dejar en ningún momento de impartir sus clases de catequesis.

Pasados unos años, sus estudios llegan a su fin. Ya es ATS y puede ejercer como tal.

A partir de ahora no le falta el trabajo. Su andadura profesional da comienzo en un hospital cercano a su pueblo, donde tiene un buen contrato y aprovecha sus vacaciones para viajar a Etiopia.

Así pasa tres largos años, hasta que un día llega a su casa y comunica a su familia que su contrato se ha acabado y que quiere irse a Etiopia unos dos meses para conocer bien aquello, estudiar sus tierras, ver que plantaciones puede llevar, conocer su gente y cimentar, de esta manera, su verdadera vocación.  

Como era de esperar, tanto su padre como su madre se niegan a que se vaya, pero ella no se rinde. Por mucho que intenten impedírselo, ella cogerá sus maletas y se irá. Su hermana pequeña es la única que la apoya en su decisión y decide convencer a sus padres para que dejen a su hermana partir en busca de su felicidad.

Con solo 25 años y mucha ilusión, se marcha a Etiopía como enfermera, cargada con un maletín lleno de fármacos dispuesta a hacer todo lo que estuviera en sus manos y entregarse en cuerpo y alma a unas personas que no conocía.

Allí es feliz. Así es feliz.

La andadura no es fácil y el día a día es bastante duro, pero no lo suficiente como para quitarle sus ganas de luchar.

A las seis de la mañana se levanta para limpiar e inmediatamente después se va a la capilla a rezar unas oraciones.  Sobre las ocho y media se toma el desayuno y seguidamente se pone a trabajar en un huerto en el que crecen cebollas, tomates, pimientos e incluso la pequeña viña de palomino que ella misma plantó después de que en su niñez pasara largas tardes con su padre en el campo. Más tarde, cuando ya el calor impide que se pueda seguir trabajando, se desplaza en un todoterreno para ver a los pacientes que necesiten de su ayuda. Y, por último, y hasta que cae la noche, se dedica a realizar todas las labores que conlleven una mejora en aquellas duras condiciones de vida.

Hoy en día su familia es feliz. Aquella decisión que comenzó siendo una verdadera tortura se fue tornando poco a poco y Pepi consiguió que las personas más importantes de su vida aceptasen su decisión.

En los años que lleva entregada a los demás, ha podido recibir la visita de su madre y de su padre, los cuales pueden corroborar la felicidad que siente su hija al estar ayudando a gente necesitada. En esta visita tan esperada, tanto su padre como su madre pudieron enseñar a la población etíope a cultivar, sembrar, regar y mantener sus cosechas, además de otras muchas labores como el injerto y la poda. Ambos regresan a España llenos de vida y satisfacción ya que han podido apreciar con sus propios ojos lo querida que es su hija en Etiopía.

Los meses de octubre a diciembre son meses de felicidad para toda la familia ya que su hija suele venir a España a buscar colaboración de empresas que quieran ayudar a esta gente que tanto lo necesita. Además de esto, Pepi se encarga también de recaudar medicamentos, comida y todo lo que se pueda llevar con ella.

Cada visita es especial. Su rostro expresa todo lo que siente, su cara irradia felicidad, fuerza, vida y, sobre todo, valor. Va de casa en casa, visitando a sus amigos más y menos allegados, a su familia al completo, siempre dejando su huella dando alguna que otra charla para concienciarnos de todo lo que no podemos ver y que ella presencia y vive allí.

En el año 2006, Pepi recibe uno de los regalos más importantes de parte de su pueblo, ser galardonada con el “Racimo de Oro”, un galardón que recibe con entusiasmo y nerviosismo, pero sobre todo un galardón que la ayuda a recolectar todo tipo de ayuda en su lucha diaria.

A día de hoy, Pepi sigue sembrando “esperanza” en Etiopía, un lugar donde el agua brota del suelo de forma natural y los árboles pueden alcanzar metros de altitud.  

Nota personal: lo que estáis leyendo es una historia real, y, aunque aquí se “maquilla” y se escribe en tan solo unas líneas, son muchos años de esfuerzo y son muchas más las anécdotas y vivencias.

Foto tomada de fundacionemalaikat.es

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