Entre algodones blancos

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Como un pájaro al que meten en una jaula y pierde su libertad, así se sintió ella aquella mañana.

Como cada día, su madre la despertó bien temprano. Ella saltaba de la cama porque le encantaba ir a la escuela. Sus días allí eran mágicos. En clase de lengua le gustaba hacer dictados; le gustaba tanto escribir que hoy en día escribe poemas. Gracias a geografía aprendió donde se ubican los ríos y montañas, y en matemáticas era la más lista, sus exámenes hablaban por si solos. Cada día era para ella único e inigualable. Pero aquel día la magia se esfumó. Al levantarse de la cama, su madre la esperaba para ponerle el vestido de todos los días, el mismo que había lavado y secado la noche anterior. Se acercó lentamente a la mesa donde encontró un cuenco con leche y pan que tenía que compartir con el resto de sus hermanas y hermanos. En otras ocasiones ella habría estado sonriendo, pero ese día no lo hizo. Ese día su madre tenía semblante serio y mirada triste. Ese día aquella niña cambió sus lápices por unos guantes amarillos. Aquel día, con solo doce años, Luisa comenzó a trabajar.

Detrás quedaban sus días de colegio rodeada de amigas y amigos, detrás dejaba las horas de juego, horas de clase, horas de estudio y aprendizaje…detrás dejaba su ilusión.

Ahora pasaba el día entre algodones blancos. Día tras día iba al campo a ganarse su jornal para que en su casa no faltara el pan.

Pero ella era feliz y jamás dejó de soñar. Si la vida la obligaba a trabajar, allí estaba ella para afrontar todo lo que se le viniera encima. Se alimentaba de la sonrisa de su familia, de las vivencias con sus hermanas, del cariño de sus hermanos, la fuerza de su madre y la sabiduría de su padre.

Su madre era una mujer muy luchadora, con mucho temperamento, carácter fuerte y muy servicial; dejaba sus labores y acudía a toda persona que la necesitara, muy hogareña siempre en su casa y de fortaleza impresionante.

Su padre era un hombre tranquilo, muy noble, no le gustaban las voces, quería paz y tranquilidad.

Corría el año 60 cuando, de la noche a la mañana, Luisa pierde a uno de sus hermanos, uno de sus pilares fundamentales. Como era normal en aquellos años, las niñas y niños, por la miseria que había, trabajaban para ayudar en casa. Él cuidaba del “ganao”. Al sacar agua de un pozo que no tenía brocal se le fue su cuerpo tras el cubo.  

Su hogar se vuelve oscuro, la tristeza se apodera del lugar penetrando por cada uno de sus rincones. El color negro se convierte en el favorito de su madre y la pena la ahoga día tras día, siempre llorando y metida en la cama, muchas veces sin ganas de vivir. No es fácil superar los golpes tan grandes que les dio la vida.

Pero Luisa siempre ve un hilo de luz.  “Hay que seguir adelante”, se dice para sus adentros aun sabiendo que la situación es difícil. Y así lo hizo. Cada mañana sacaba fuerzas y se iba a trabajar con su hermana Petra, mientras Pepi, su hermana mayor, se encargaba de las tareas del hogar. Así todos los días, todos los meses, todos los años…

Pero la vida vuelve a sacudirles. En el año 63 Luisa pierde a su hermano mayor. Ese día, como si de una rosa se tratase, su madre se marchitó. Entre lamentos y suspiros mira la vida pasar. Once años sin salir, sin hacer la compra, sin hacer nada. Todo eran llantos y mal humor. Aquello se hizo insoportable, incluso la comida que Pepi elaboraba se tiraba a la basura. Aquello no era vida.

Pero aquel barco hundido saldría a flote. Todo va volviendo poco a poco a la normalidad. La madre de Luisa se sienta en la puerta al solecito, habla con sus vecinas y, entre croché, punto y costura va consiguiendo, al menos, olvidar a ratos sus penas.

 Su padre vuelve a ver a sus amigos, vuelve a echar esas partidas a las cartas que tanto lo distraen. Ambos vuelven a sentirse, al menos, un poco más vivos.

Pero a Luisa le sonríe el destino el día que conoce a Juan.

Juan vive en el campo; no es nacido en el pueblo, pero eso a ella no le importa. Entre ellos hay una bonita amistad que poco a poco se convierte en algo más.  Pero las cosas no son tan sencillas. Juan no puede entrar en casa de Luisa, la madre de ésta se lo tiene prohibido. Pero Juan no se da por vencido y, todos los días, coge su bicicleta y se va a casa de Luisa a hablar con ella por la fina rendija que deja la puerta al cerrarse.

Su noviazgo dura ocho años; ocho largos años de alegrías, penas, sonrisas y nuevos retos, pero sobre todo, llenos de mucho cariño y amor.

En agosto del año 80 suenan campanas de boda, por fin consiguen lo que siempre han soñado: compartir sus vidas. Tres retoños nacen de este amor, una niña y dos niños.

Pero el camino que tienen que andar no va a ser nada fácil. Juan tiene que irse a trabajar a Ceuta, la cosa está mal en el ámbito laboral y hay que conformarse con todo lo que venga. Cada domingo hace sus maletas y se dirige a su destino.

 Mil hazañas cuenta cada viernes cuando llega a su hogar. Narra historias de delfines, de monos y de loros. Esos días, Luisa es feliz viendo como Juan hace feliz a los suyos.

Ella, por su parte, dejó atrás sus días entre algodones blancos para empezar a trabajar en la limpieza de casas. Es tan trabajadora y realiza tan bien sus labores que es solicitada por todas las señoras pudientes de la villa. Tiene todos los días ocupados y apenas puede ocuparse de su hija e hijos, pero, a pesar de ello, siempre tiene un pequeño hueco para dedicarles una de sus sonrisas. Su sobrina la acompaña en las largas noches en las que Juan no está en casa. Gracias a ella, a sus hermanas, hermanos y a su madre todo es más sencillo. En ellos encuentra el apoyo y el amor incondicional necesarios para poder seguir adelante.

Hoy en día, a sus cincuenta y ocho años, Luisa sigue trabajando. Nunca ha dejado de hacerlo. Los momentos tan duros que ha pasado a lo largo de estos cincuenta y ocho años la han convertido en una mujer fuerte y valiente capaz de afrontar cualquier obstáculo que el destino le ponga de frente. ¿No os la imagináis? Es fácil describirla: amor, bondad, alegría y sabiduría.

Hay días en los que no se encuentra bien o, simplemente, está más triste, pero su apariencia no la delata. Se levanta, mira hacia delante y camina paso a paso detrás de sus objetivos. Nunca le faltan palabras bonitas para la gente, en el pueblo todo el mundo la conoce. Es detallista y honrada. En su cuerpo guarda un cóctel de risas, abrazos y besos que cada día brinda a las personas más queridas.

Ahora se siente viva. Ahora disfruta de la vida y los obstáculos que encuentra por el camino los echa a un lado. Le gusta escribir; escribe poesía. Le gusta nadar, hacer ejercicio y sentirse bien. Le gusta bailar; la música. Simplemente le gusta vivir y sentirse viva.

Y su vida continúa junto a Juan. Hace unos días celebraron su cincuenta y nueve cumpleaños. Tan enamorados como siempre, tan ilusionados y sin jamás faltarse el respeto el uno a la otra y viceversa.    

 Aunque aquel día le arrebataran sus ilusiones y se sintiera enjaulada y sin salida, ella aprendió; y fue feliz, siempre sonrió, nunca se rindió.

Una auténtica mujer luchadora. Así es Luisa, mi madre.

“Entre algodones blancos” es el título de un cuento corto que escribí y presenté al XIV Concurso de cuento corto realizado un 8 de marzo por el día de la mujer. Espero que lo hayáis disfrutado.

8 Comments
  1. Laura 5 años ago
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    Más cuentos por favor…
    María tú tienes un don impresionante para escribir hija, me he enganchado a la historia, me he sentido en los pies de Luisa y he llorado de emoción. No dejes nunca de escribir y de emocionarnos con tus historias! 😘

  2. Juan José Vázquez Núñez 5 años ago
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    Te quiero Mamá!!

  3. Ana mari 5 años ago
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    Mejor no la has podido describir a TATA LUISA, orgullosa formar parte de esta familia

  4. Paloma Ramirez Jarana 5 años ago
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    Amiga!!! E visto toda tu infancia en este escrito me emcionas guapa!!😘

  5. M josé 5 años ago
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    Me encanta lo q haces, como nos colocas en la primera línea de tu historia, como si lo viviésemos en primera persona.
    Muy grande el don que tienes. No pares nunca de imaginar…

  6. Consuelo Luza 5 años ago
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    Es bondad de los pies a la cabeza no le importa quien seas ni de donde vengas ella te abre las puertas de su casa y te acoge como si fueras una mas de su casa .Nunca una mala cara sino abrazos ,cariño y besos .Lo dice alguien que aprendio mucho de ella y que recibio muchos consejos .
    Nunca me falto una silla ,un plato de comida o un abrazo de ella .A mis taitantos años jejej tengo muchisimo que agradecerle comparte nombre con oyra persona muy importante en mi vada ,mi madre,siempre sera mi segunda Luisa.Te quiero a rabiar Luisa a ti y a todos los que viven bajo tu techo porque cada uno k vive en esa casa sois unicos e irrepetibles mi Luisa,mi Juan ,mi Juanjo,mi Manue y por supuesto tu Mi Mari la mejor amiga k pude encontrar a lo largo de mi vida solo deciros k os kiero y os hecho muchisimo de menos
    MI GRAN FAMILIA VAZQUEZ NUÑEZ😘😘😘

  7. FRANCISCO JAVIER ESTUDILLO VÁZQUEZ 5 años ago
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    Prima, es impresionante el talento que tienes escribiendo estos relatos tan maravillosos que escribes de la vida misma del día a día y los conviertes en auténticas obras literarias Enhorabuena y sigue así.

    • María Luisa Vázquez Núñez 5 años ago
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      Gracias por tus palabras primo. Un beso grande a la familia!

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